Fran Berzosa, conocido en el mundo del deporte burgalés, por ser el director técnico del UBU TPF Club Burgos Tenis de Mesa, además del entrenador de su equipo de la Superdivisión Masculina, es también un inquieto enfermero del sistema sanitario de Castilla y León.
Su centro de salud de referencia es el de Miranda-Este, pero él se dedica al ambiente rural, acudiendo cada día a nuestros pequeños pueblos, esos que a fecha de hoy están muy bien valorados, ya que en ellos el coronavirus apenas ha hecho aparición, y debido a él y otros sanitarios, sus calles están, si cabe, aún más vacías.
A raíz de la pandemia provocada por el COVID19, en su centro de salud han reorganizado las tareas con gran solidaridad y entusiasmo por parte de los sanitarios y trabajadores, y durante este tiempo Fran Berzosa tiene el privilegio, con su maletín de curas y yendo bien equipado, de acudir a la ayuda de todos los pacientes de la zona rural que lo necesitan. Se trata, habitualmente, de mayores de 85 años que viven con mucha incertidumbre y respeto la situación actual de confinamiento.
Por eso, y a sugerencia de Forofos Burgos, Fran Berzosa nos cuenta en primera persona un día cualquiera de su otra faceta al margen del tenis de mesa, la de servir a los demás en su calidad de enfermero.
UN DÍA EN LA VIDA DE UN ENFERMERO DEL NORTE (Fran Berzosa):

«Desplazarte cada mañana por los espectaculares pueblos que rodean la comarca de Miranda de Ebro es, sencillamente, un lujo. Son varios los pequeños municipios de nuestra provincia que debo visitar con el fin de poder cuidar a nuestros mayores, que son los que residen en sus casas.
Tras mi desplazamiento desde Burgos, mi primera parada es en Pancorbo, mi centro de operaciones al ser la localidad de mayor tamaño de todas las que atiendo y en la que hay consulta todos los días de la semana. Toca ponerse de ‘blanco’ y, con la mascarilla obligatoria de estos días cubriéndome parte del rostro, ya que hay que protegerse y proteger, me enfundo mis guantes de color morado e inicio en coche mi recorrido de cada día.
Para comenzar, tras unos veinte minutos de camino, una parada en la casa del señor Pedro, en el pueblecito de Guinicio. Hay que hacerle un control sanguíneo para ver que todo va en orden. A continuación, y siguiendo por carreteras locales, me dirijo hasta Santa Gadea del Cid, pasando al lado del precioso Monasterio del Espino y habiendo dejado atrás la localidad alavesa de Puentelarrá.
Al lado del imponente arco de la antigua cárcel, vive un matrimonio octogenario. Uno cuida del otro y el otro del uno. Son, la señora Carmen y Simón, que es el que lleva el peso de la casa a pesar de sus 87 años, ya que su esposa tiene cierta limitación para la movilidad y en estos momentos una lesión en el talón le impide aún más el movimiento.

Simón está viviendo una situación insólita. El cuidado de su esposa y entretenerse en la huerta que tiene al lado de su casa son sus ilusiones de cada día, ya que antes del Estado de Alarma pedaleaba más de 1 hora en bicicleta por zonas cercanas, y ahora lo añora porque no lo puede hacer.
Bozoó, Ayuelas, Encío son pequeños pueblecitos con visita otros días, pero esta vez, tras atravesar la N-1, mi siguiente parada es en Bugedo. Dos pacientes esperan a ser curados en su casas de piedra típicas.
Después, y tras atravesar la vía del tren por el estrecho túnel del pueblo, me dirijo al Monasterio de los hermanos de La Salle, donde una treintena de mayores de 80 años viven con tranquilidad su jubilación tras una vida dedicada a la educación. Sin duda, un lugar idílico y donde se respira aire puro. A pesar de gozar en general de buena salud, son ya muchos los años de estos hermanos y, por lo tanto, su cuerpo siempre tiene algúna cosilla que hay que ‘arreglar’.
De regreso a Pancorbo, es momento de parar al lado de la fuente y el antiguo lavadero de Ameyugo. Nos espera en su casa la señora Puri. A sus 92 años, está como siempre en la cocina, al calor que desprende la bilbaína y, como cada martes, pendiente de que el enfermero vaya a curarle la herida que tanta guerra le está dando en la cadera.

Tras salir de este pueblo, vuelvo a coger la Nacional I para adentrarme en el desfiladero, dejando a mano izquierda la ermita del Cristo de Barrio, oculta entre la frondosidad de los árboles que están al lado del Oroncillo, un río que unos kilómetros después desembocará en aguas del Ebro, ya en Miranda.
De regreso en Pancorbo, me dirijo al consultorio, un robusto edificio de piedra de dos plantas donde años atrás vivía el médico que atendía a la población y comarca las 24 horas del día. Hoy ya sólo se utiliza la planta inferior, donde tenemos la consulta de Enfermería y la de mi compañera, la doctora Fernández.
Durante el resto de la mañana, mi labor tiene lugar aquí, realizando diferentes actividades propias de mi profesión: curas, administración de inyectables, coser alguna sutura, control y seguimiento de enfermos con problemas crónicos, y quizás algunas otras cosas que en un centro de salud de la capital serían atendidas por personal específico, pero que en el medio rural nosotros mismos tenemos que intentar resolver.
De vez en cuando, suena el teléfono, bien para alguna consulta o bien porque toca coger el coche y acudir a visitar a una persona que tiene alguna dolencia. Los avisos en estos momentos vienen marcados, claro está, por el coronavirus y la importancia de extremar las medidas indicadas desde la Gerencia de Atención Primaria de Burgos.

Y así, va transcurriendo la jornada. Tras inumerables lavados de manos, cambios de guantes y manteniendo siempre un cuidado generoso para proteger y protegernos, terminamos el día.
Esta vez no he tenido que visitar pueblos como Altable o Valluércanes, pero quizás lo haremos mañana. Ahora hay que regresar a Burgos, a casa a buen seguro, no sin antes enseñar a la Guardia Civil el justificante de trabajo, bien a la entrada por Villafría, cerca del Hotel Ciudad de Burgos, o en las inmediaciones de Briviesca.
Tras unos 200 kilómetros recorridos llego a casa, cansado, sí, pero con la satisfacción de haber atendido a las personas que lo han necesitado. Esa es mi labor por las mañanas. Por la tarde, el coronavirus no me deja ahora disfrutar de mi otra pasión, el tenis de mesa, y mis jugadores y yo tendremos que esperar.
Pero, todos lo tenemos claro, ¡¡¡volveremos!!! Ahora hay que quedarse en casa.