Héctor González Pérez (18 años) es uno más de los productos de la cantera del Aparejadores Rugby Burgos y uno de sus jóvenes jugadores que esta temporada ha dado el salto desde el equipo sub’18 al primer filial del club burgalés, el equipo que compite en la Liga Nacional Sub’23 en la que militan los mismos clubes que en la División de Honor.
Recientemente era operado de una luxación en su hombro derecho, intervención obligada después de que se le hubiera salido ya por tercera vez mientras entrenaba junto a sus compañeros del equipo sub’23, y dicha intervención quirúrgica ha terminado por unir aún más a su familia, los González Pérez, en torno a los valores y la grandeza de un deporte tan peculiar como único en muchos aspectos, el rugby.
«Era ya la tercera vez que se me salía y ya solo quedaba una opción, operar u operar, no quedaba otra«, reconoce Héctor González, jugador que ocupa la posición de pilier derecho -al frente de la melé- gracias a sus 1.80 metros de altura y sus casi 100 kilos de peso. Por eso pasó por el quirófano el pasado 19 de noviembre y ahora tiene que tener durante tres semanas el brazo en cabestrillo, hasta el 3 de diciembre, antes de que le quiten los puntos y pueda empezar con la rehabilitación.
«Da un poco de rabia, porque justo el pasado fin de semana empezamos la temporada en la Liga Sub’23 y me hacía mucha ilusión haber jugado el primer partido en Madrid, pero la prioridad era poner bien el hombro. Además ahora tengo tiempo suficiente para recuperarme y volver fuerte antes de que acabe la liga, así que a por ello», señala optimista.
Cinco años atrapados por un oval

Héctor empezó a practicar el rugby hace cinco años y desde entonces no ha parado de engancharse a él, cada vez más. Año tras año ha ido escalando por las distintas categorías del Aparejadores hasta llegar esta temporada al Universidad de Burgos Bajo Cero B, su equipo sub’23; y año tras año, al igual que él, quienes se han ido enganchando de idéntica manera han sido sus padres, Luis y Carmen.
Integrantes de la peña de los Gold Blacks, una de las más numerosas y fieles del Aparejadores junto a la del Campo de Higgs, los padres de Héctor llevan cinco años sin perderse prácticamente ninguno de los partidos de su hijo, tanto en casa como los que ha jugado lejos de Burgos, y también son asiduos en la grada del Campo Bienvenido Nieto de San Amaro cada vez que juega el primer equipo.
«No nos perdemos ningún partido y ya nos gusta el rugby tanto como a nuestro hijo», confiesa Carmen, miembro de los Gold Blacks y secretaria a su vez de la peña Campo de Higgs. «Todos nos llevamos muy bien, estamos juntos en la grada y nos ayudamos unos a otros en lo que haga falta», asegura.
Además, reconoce que tanto ella como su marido son asiduos del Flor de Escocia, el bar que acoge los terceros tiempos del Universidad de Burgos Bajo Cero. «Ya es como nuestra segunda casa. Vamos mucho y vemos allí incluso partidos del Seis Naciones y todo, vamos lo que se llama respirar rugby por los cuatro costados«, un deporte que, según asegura, ha cambiado a su hijo Héctor.

«Le ha ayudado en todo, ha sido su salvación. Dejó de hacer el canelo por ahí para tomarse algo verdaderamente en serio y hacerse más responsable. El rugby le ha ayudado a madurar, a organizarse, a tener tiempo para estudiar y entrenar, y aunque estudiante es del montón, nunca le hemos quitado el rugby para que sacase más tiempo para estudiar. Desde luego le ha cambiado como persona, y para bien», confiesa orgullosa Carmen.
Comparte su opinión el propio Héctor, que gracias al rugby también se ha unido más a sus padres. «Se agradece muchísimo verles en la grada animando, yendo a los desplazamientos y estando ahí pendientes del rugby y de todo lo que rodea al equipo. Además, a mí me está ayudando mucho personalmente y ahora estoy más centrado y seguro de lo que quiero», asienta este estudiante de Administración que tiene claro que cuando acabe este grado estudiará también el TAFAD (Técnico Superior en Enseñanza y Animación Sociodeportiva).
Una operación rodeada de agradecimientos
Todo eso lo podía haber frenado la lesión de Héctor González en su hombro derecho, lesión reproducida hasta en tres ocasiones y en una zona del cuerpo súper importante para un jugador de rugby, más ocupando la posición de pilier. Sin embargo, ha sido todo lo contrario.

Jacobo Salvat, médico del Aparejadores y de la selección española, fue el encargado de operar a Héctor en el Hospital Recoletas, y tras la intervención son aún mayores los agradecimientos de la familia de este canterano del club burgalés. «Solo tengo palabras para dar las gracias por lo bien que se han portado todos. Jacobo ha sido toda una maravilla en atención y se ha ocupado de todo, y en Recoletas nos han tratado de maravilla. La operación fue un éxito, en el hospital estuvieron siempre muy pendientes de nosotros, lo mismo que la directiva del club en la persona de su presidente, Iñaki Sicilia, y por eso solo puedo dar las gracias por todo«, se emociona Carmen Pérez.
Y es que esto es lo que tiene una disciplina como el rugby, como pocos en la transmisión de los valores del deporte y el respeto hacia el árbitro, y el único en ser capaz de unir a dos equipos en torno a una cerveza tras 80 minutos de lucha en el campo. Una unión que representa también la familia burgalesa González Pérez, y que a uno de sus hijos, Héctor, le está ayudando a ser más responsable y mejor persona. ¿Se puede pedir más?